sábado, 23 de junio de 2018

Honor y Gloria al Padre de la República

Honor y Gloria al Padre de la República.


Ciento Noventa y Siete años del nacimiento del Mayor General Francisco Vicente Aguilera y Tamayo, marcan este 23 de junio de 2018.

La ciudad de Bayamo, su cuna, lo recuerda con un evento teórico denominado "Nada Tengo Mientras No Tenga Patria" la frase más divulgada de quien es aún un desconocido para muchos de los cubanos de hoy.

Estudiosos e historiadores concuerdan que de la vida del hombre fundador y líder de la Primera Junta Revolucionaria de Oriente, debió y tiene que aparecer más en los libros, documentales y medios de difusión del país.

Del patricio bayamés denotan mucho sus acciones de desapego a la riqueza y su entrega a la lucha por la independencia de Cuba y es, sin dudar, su característica más conocida no sólo por la acción en sí, si no por la inmensidad de lo que acaudalaba en ese momento quien fue considerado uno de los cubanos más adinerados. 

"Su patrimonio se extendía además por las localidades como Bayamo - su tierra natal-, Manzanillo, Las Tunas y Jiguaní. Abarcaba propiedades en las actuales provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo. 

Poseía unas 10 mil caballerías de tierras con 300 fincas dedicadas a diversas producciones, contaba además con varios ingenios azucareros, dotados de técnicas modernas, disponía de gran cantidad de propiedades urbanas, entre ellas el teatro de la ciudad de Bayamo; en sus potreros pastaban más de 35 mil cabezas de ganado vacuno y 400 mil caballos, y contaba además con medio millar de esclavos, cantidad que no incrementó porque era opuesto a la esclavitud."


Sin embargo, el bayamés que pudo ser Conde prefirió hacer una revolución profundamente popular, y eso lo hace más grande, lo eleva hasta la infinidad.
Estuvo entre los primeros en sumarse a los planes conspirativos para crear las condiciones de la lucha armada contra el colonialismo español. 
Integró la primera logia conspirativa del Gran Oriente de Cuba y las Antillas -denominadas Estrella Tropical No. 19-, a partir de la cual se fundarían otras en la región oriental. 
En Holguín y en calidad de venerable maestro de la logia, fundó la logia Sol de Oriente y coordinó las acciones en la proyectada lucha independentista. 
También contribuyó a la organización de logias en otras zonas, como la Buena Fe, de Manzanillo, cuyo venerable maestro seria el propio Carlos Manuel de Céspedes del Castillo.
El 14 de agosto de 1867 formó el Comité Revolucionario de Bayamo, el cual quedaría a su cargo, con Francisco Maceo Osorio en calidad de secretario. 

Por ese entonces su pensamiento revolucionario se radicalizaba, en su opinión el levantamiento debía posponerse hasta el fin de la zafra con el objetivo de poder acopiar armas. 

Y es en este momento cuando se compromete a trasladarse a los Estados Unidos y regresar antes de la fecha pactada, con suficiente material de guerra para dar comienzo a la Revolución. 

Los hechos se precipitaron y el 10 de octubre de 1868, en el Ingenio La Demajagua, Céspedes protagonizó el alzamiento.
Al recibir la noticia del estallido del movimiento, Aguilera se levantó en armas el día 17, en su hacienda Santa Ana del Cayojo con 150 hombres, entre los cuales se encontraban esclavos recién liberados. 

Cuando la tropa lo aclamó como general, no permitió que lo llamaran así por considerar que los grados eran honores que sólo la nación tenía facultad para otorgarlos. 

Céspedes lo nombró entonces General de División y le impartió instrucciones para que cubriera el camino de Holguín, con el objetivo de evitar el movimiento de tropas españolas que fueran a reforzar la sitiada guarnición de Bayamo.
Al tener lugar la toma de Bayamo, el 20 de octubre siguiente, y la consecuente constitución del primer centro político, administrativo y militar de la revolución, Aguilera como Pedro Figueredo, Lucas del Castillo y otras figuras relevantes de esa localidad- se subordinó a Céspedes, lo que significó otro importante paso de avance en la unidad. 

En marzo de 1869 volvió a adoptar una posición muy favorable a la conservación de la unidad en las filas libertadoras, tras producirse el nombramiento de dictador del general Donato Mármol, con el consecuente desconocimiento de la autoridad de Céspedes. 

Las entrevistas sostenidas por Aguilera con Mármol, así como la enérgica posición cespedista, posibilitaron que se desistiera del intento divisionista.
Al mes siguiente, Céspedes, elegido presidente de la República de Cuba en Armas en la Asamblea de Guáimaro, nombró a Aguilera como secretario de la Guerra. 

En una época en la que eran comunes las divisiones, las pujas y las intrigas, muchos no pudieron entender otra de las decisiones de Aguilera: reconocer a Carlos Manuel de Céspedes como el líder de la Revolución. 

Pero la memoria es sabia, «Pancho» Aguilera había sido en realidad el fundador y cabeza de la primera Junta Revolucionaria de Oriente, creada en agosto de 1867. 

Un año después los conspiradores revolucionarios de esta región de Cuba lo reconocen como el jefe máximo del movimiento que se gestaba. 

Por eso, después del alzamiento de la Demajagua, algunos le deslizan la posibilidad de que se haga cargo de la jefatura independentista.
Con una frase lapidaria acalló los ánimos de aquellos que llamaban a la desunión y la sedición cuando les dijo: “Aca­temos a Céspedes si queremos que la Re­vo­lución no fracase”. 

Es evidente que al hacendado le interesaba más la redención de la nación que la jerarquía personal. Proceder con esa humildad le valió para que en ese propio mes Céspedes le confiera por sus méritos el grado de Mayor General y luego los cargos de Lugarteniente General de Oriente, Secretario de Guerra y Vicepresidente de la República en Armas.
En 1871 parte a Estados Unidos a cumplir la misión encomendada por el presidente, organizar las fuerzas y recursos para desde el exilio apoyar a la revolución.

Muchos cubanos soñaban con la ayuda de los Estados Unidos. Como resultado de las relaciones que estableció con políticos de aquella nación y ser víctima de promesas incumplidas, evasivas y de obs­táculos que hacen fracasar expediciones, lle­ga a la conclusión de que: “Ayudarán a Cuba cuando Cuba se haya ayudado a sí misma. Es­perar más que eso es una vaga ilusión”.
Por eso decidió, en junio de 1872, iniciar un periplo por Europa. Le habían prometido que los capitalistas cubanos emigrados en Francia le financiarían una gran expedición. La realidad fue diferente, y comenzó a padecer desaires, subterfugios, el dinero no fluía, las discusiones se dilataban. 

Se convirtió en un misionero por la independencia de Cuba. 

Tras la absurda deposición de Céspedes en 1873, se le comunicó la posibilidad de asumir la presidencia de la República, acto que nuevamente declinó señalando: “…no retornaré a la patria hasta que no traiga conmigo una gran expedición de armas, es este mi deber y, el sueño más preciado, el poder darle a Cuba un poco más de lo que con mi esfuerzo hoy puedo dar”.
Su retorno a Nueva York significó continuar trabajando en el envío de una gran expedición a Cuba. Pero ahora la situación había cambiado. Ya no era el Agente General, sino un emigrado, solo lo diferenciaba el hecho de ser iniciador de la revolución y el prestigio que poseía por su honradez y desinterés por la independencia de Cuba. Fueron más de cinco expediciones frustradas.
En esa etapa se define el perfil que conocemos de Aguilera. Las dificultades por las que atraviesa, la miseria en que vive junto a su familia, dejan estupefactos a quienes lo conocen, pero jamás renuncia a su pensamiento independentista, ni toma para beneficio propio un centavo del dinero entregado por los inmigrantes para financiar aquel que sería el último de los intentos. 

El 12 de junio de 1876 embarcó rumbo a Haití. El viaje resultó imposible. Tras su arribo a Nueva York el 15 de agosto, ya se encontraba gravemente enfermo, pero aun así insistía en volver a la Patria, aunque fuera en un bote.
Aguilera, quien había sido dueño de hombres y podido aspirar a los más grandes títulos y opulentos comodines, soportó chantajes y falsas promesas, persecuciones y hambre; sacrificó la fortuna, la familia y la vida en busca de un anhelo noble: el de un mejor país para todos. 

Dejo tras de sí una prole prominente, 11 en total cuenta su descendencia y una honda pena en la memoria de la nación cubana. 

Aquel señor acreedor de numerosas riquezas, el hombre de la barba de mambí definido por José Martí como “el millonario heroico, el caballero intachable, murió acompañado por la absoluta miseria. 

Los emigrados lo veían caminar al final de su vida por las frías calles neoyorquinas con los zapatos destrozados. 

Recuerdan que ya no podía ni siquiera hablar, víctima de un cáncer de laringe. 

Dicen que murió en brazos de una de sus hijas, a la luz tenue del único mechero en modesta habitación cuyo único lujo era la bandera de Cuba sobre su escritorio, cuentan que con el último hilo de voz musitó casi un susurro, y que sus palabras fueron las misma que había pronunciado años atrás en su natal Bayamo, ante la decisión de quemar su casa y renunciar a todo por la libertad: Nada tengo mientras no tenga Patria. 

Pero la memoria ha de ser justa y, a pesar de las incomprensiones y de su sangrada humildad la historia le dio un nombre, el Apóstol lo dejo grabado en las páginas del Periódico “Patria” el 16 de abril de 1892, cuando en gesto venerarle le honró con el título merecido de “Padre de la República”.

(Fragmentos de textos utilizados de "Nada tengo mientras no tenga Patria" de Ricardo Monterrey Pérez/Colaborador Telecubanacán. 2 Febrero 2018)

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